Si hablamos del Grial, enseguida nos viene a la cabeza la que se cree que es la verdadera copa de la última cena en la catedral de Valencia. Y hace pocos años se desató también una polémica que nos hablaba de otro posible verdadero Grial en León. Además, el tema volvió a estar en auge con la concesión del Premio Planeta 2017 a Javier Sierra por una novela en torno al Grial, El fuego invisible.

Pero en esta ocasión nos acercamos a unos intrigantes grabados que se conservan en el Casón del Buen Retiro de Madrid, perteneciente al Museo del Prado.

Para ello tenemos que retroceder en el tiempo y situarnos a finales del siglo XIX cuando se desató la fiebre de la búsqueda del Grial en Inglaterra, Alemania y Francia. La leyenda del Grial fue ampliamente conocida en el mundo, en gran medida gracias a los trabajos de los románticos ingleses del siglo XIX, como Lord Alfred Tennyson, y a la obra de Richard Wagner, como veremos.

La leyenda del Grial se remonta a la Edad Media. El primer autor en mencionar al Grial es, entre 1181 y 1191, el poeta Chrétien de Troyes en Le Conte du Graal. Pero serían Robert de Boron y Wolfram von Eschenbach quienes la desarrollarían la historia de la manera que la conoció la Europa medieval. La fuente para los temas griálicos británicos vendría unos siglos después con la obra La muerte de Arturo de Thomas Malory datada aproximadamente en 1485. Estas fuentes británicas dieron lugar a toda una serie de obras artistas de la mano de pintores victorianos como Edward Coley Burne-Jones o Dante Gabriel Rossetti.

Pero para el tema que aquí nos interesa, tenemos que fijarnos en la otra gran fuente para el tema del Grial en el siglo XIX, que no es otra que la ópera Parsifal de Richard Wagner y, en concreto, su recepción en París. En esta composición, Wagner tomó la fuente medieval de Wolfram von Eschenbach para hablarnos de la epopeya de Perceval en la búsqueda del Grial.

Con la llegada de la obra de Wagner a París se desató entre los franceses una inusitada fiebre en la búsqueda del Grial. Atendiendo a la ópera de Wagner, este preciado objeto se encontraría en un lugar llamado Montsalvat, al que los franceses vincularon con el castillo de Montsegur al sur de Francia, último bastión de los Cátaros. El gran impulsor de este movimiento fue Joséphin Péladan, fundador de la Orden de la Rosa Cruz del Temple y del Grial. También será el promotor de los llamados Salones de la Rosa Cruz que se desarrollaron entre 1892 y 1897 en París, para dar cabida a las obras de pintores europeos vinculados con el esoterismo.

Y es aquí donde aparece un español, el cántabro Rogelio de Egusquiza, único participante de nuestro país en los salones de Péladan (participó en las ediciones de 1893, 1896 y 1897) y uno de los pocos españoles adscritos al arte simbolista. Y es que Rogelio de Egusquiza se vio seducido por Péladan y por Wagner. En 1879 comenzó su interés por el tema: viajó a Múnich para asistir a la representación de El anillo del nibelungo, y quedó tan impresionado que se marchó a Bayreuth para conocer a Wagner en persona. De regreso a París, realizó una serie de obras en las que se aprecia una nueva concepción del arte como vehículo místico y sacralizado.

Es en este momento cuando estudió minuciosamente las fuentes medievales del Grial para tomar inspiración para sus obras, concretamente a la serie dedicada a los personajes vinculados con este mágico objeto. 

Titurel, de Rogelio de Egusquiza (1893).

En sus pesquisas, Egusquiza recuperó una obra de Wolfram von Eschembach titulada Titurel, que era un precedente del Parsifal y que fue la obra que inspiró a Wagner. Titurel es un romance incompleto de Wolfram von Eschenbach escrito aproximadamente en 1217. En toda una serie de grabados Egusquiza representó a los personajes de esta obra. Está su protagonista, Titurel, que era el rey que custodiaba el Grial, con la copa sagrada en su mano y rodeado por ángeles. También se inspiró en la obra Parsifal, último drama musical en tres actos de Richard Wagner (1813-1883) donde alcanzó el ideal de redención de carácter cristiano. De esta obra, Egusquiza representó a Parsifal y a su esposa Kundry, de los que no solo hizo grabados sino que también llevó a los lienzos.


El Santo Grial, de Rogelio de Egusquiza (1893).

Quizá de toda la serie de grabados míticos haya que destacar la representación del Santo Grial sobre un altar. Se trata de una preciosa copa que emana luz y en la que se posa la paloma del Espíritu Santo. Sobre el Grial hay dos ángeles que custodian este objeto sagrado. 

La obra de Egusquiza tuvo un éxito relativo en su tiempo. Sí tuvo gran eco entre los pocos intelectuales y artistas españoles agrupados en torno a la Asociación Wagneriana de Madrid. No obstante, si logró reconocimiento como pintor a través de su participación en la Exposición Universal de París en 1900 donde presentó su serie de cinco estampas sobre Parsifal, lo que le hizo merecedor de la medalla de plata y, poco después, de la Legión de Honor.

Entre sus grabados se cuentan también retratos y copias de retratos de personajes a los que Egusquiza admiraba de forma notable como Schopenhauer, el propio Wagner o, en el caso español, Calderón de la Barca, Goya y Cervantes.

Buena parte de la obra pictórica de Rogelio de Egusquiza pertenece a los fondos del Museo de Cantabria (actualmente cerrado) pero también hay obra suya en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Hace algunos años, en 2013 y 2014, el Museo del Prado dedicó una exposición a este pintor titulada “El mal se desvanece. Egusquiza y el Parsifal de Wagner”, una de las últimas oportunidades para ver la obra de Egusquiza. En suma, un interesante pintor y grabador a descubrir, fundamentalmente por se uno de los escasos artistas españoles vinculados con la pintura Simbolista, en la que también destacaron algunos artistas posteriores como Néstor o Romero de Torres.

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