Dr. Carlos A. Cuéllar Alejandro

Universidad de Valencia

Metzergestein-AILIN-GONZALEZ
Metzergestein-AILIN-GONZALEZ

Aunque tuvo temibles detractores, Edgar Allan Poe fue valorado en su siglo de forma póstuma por grandes escritores como Charles Baudelaire (1821-1867), quien en sus ensayos periodísticos sobre Poe  alabó la sutileza metafísica de su obra, el rigor analítico de sus descripciones, la capacidad caricaturesca en alguno de sus textos, el tono poético melancólico y la importancia de la rima en sus versos, pero sobre todo la clarividencia que Poe demostró siempre al tratar la maldad natural del ser humano, su perversidad primordial.

Por su parte, J.-K, Huysmans (1848-1907) destacaba en su novela simbolista À rebours (1884), el estilo incisivo y mordaz de Poe, su capacidad analítica su maestría en el estudio de la voluntad humana a través de la psicología morbosa, considerando a Poe una especie de cirujano espiritual, de médico cerebral capaz de describir con detalle todo tipo de patologías mentales y neurosis hereditarias generadoras de ansiedad, angustia, y horror, tanto en los personajes como en los lectores. En cuanto a H. P. Lovecraft, en su erudito y esencial ensayo Supernatural Horror in Literature (1925), considera a Poe el maestro del relato de Horror moderno y, aunque le reconoce defectos (erudición pomposa, prejuicios críticos), valora su comprensión del mecanismo y la fisiología del miedo, así como la meticulosidad y exactitud de la estructura de los relatos y el logro de los efectos culminantes.

Parte del impacto que supone leer a Poe descansa en su habilidad para escribir desde la neutralidad moral y el distanciamiento emocional. Poe evita emitir juicios morales hacia sus personajes. La amoralidad del escritor consiste en no juzgarles ni a ellos ni a sus potenciales lectores. Ese distanciamiento es, quizás, lo que le permite activar un recurso apenas explotado hasta entonces y del que se abusó posteriormente: que la entidad narradora fuera el propio asesino. Recurso habitual en su obra es la narración en primera persona, de modo que el protagonista de los hechos o un testigo privilegiado de los mismos ejerce así como narrador intradiegético homodiegético. Así ocurre en Morella (1833), Ligeia (1839), Eleonora (1842) o en La inhumación prematura (1844). Pero la verdadera aportación de Poe a este respecto es el hecho de que dicho narrador coincide en muchos casos con el criminal del relato, de modo que se focaliza la historia usando una perspectiva siniestra, perversa, obligando así a la entidad lectora a enfrentarse directamente con la subjetividad inmoral, incluso demente, del personaje narrador. Con ello, Poe fuerza casi la identificación imposible con un punto de vista psicopatológico. En ese sentido, narraciones como Berenice (1835), El gato negro (1843), El barril de amontillado (1846) colocan en una muy incómoda situación a la entidad lectora. En este sentido, el escritor americano recoge el testigo de E.T.A. Hoffmann y a su vez se sitúa como claro precedente de narradores posteriores de la talla de Gérard de Nerval, Ambrose Bierce, H. P. Lovecraft o Jim Thompson.