PREVIO:

Bóreas es una serie dedicada al viento que viene del norte y recorre enclaves, misterios y ensoñaciones de países que configuran el área más septentrional de Europa: la región nórdica tan atractiva en nuestros días. Tan inhóspita. Se van a relatar experiencias, fingidas algunas y otras vividas, en una difícil línea de separación entre el mundo real y el imaginado.

Historias que tienen como excusa algún autor de literatura nórdica basada en el suspense, la intriga, el terror y el crimen. Conjugamos pues, argumentos literarios, procesos sicológicos, desfile de personas y personajes.

El lector va a decidir cómo adentrarse en las siguientes historias.

Los compases del silencio…

A mí no me gustó lo que oí y adiviné que algo pasaba

Acaba ya que tenemos prisa; prepara tu equipaje, nos vamos

Allá arriba, donde sopla el viento, el ulular del norte se cuela entre las vidas alejadas de parajes extensos, que en tiempos añejos estuvieron iluminados por enhiestos faros y que hoy no destellan en la noche estática.

La congoja de un corazón que se pierde en la senda de pensamientos inconexos, extraviada la cordura, no encuentra apoyo: el caminante busca el sonido de otro hálito humano.

De las sombras, surge el compás del ritmo acelerado de su propia respiración que solo desea anclar raíces y descansar. Por fin: ahora sí tengo tiempo.

Colores refulgentes irrumpen en ese cielo, que turba las alturas inmarcesibles y alumbra llanos inabarcables: miedo y esperanza, eternidad y sigilo, alba y desierto, amanecer inesperado. Algo se mueve: la curiosidad del ignorante, la prudencia del sabio.

Allá arriba donde sopla el viento.

Todo puede suceder. Asentamientos primitivos y momentos de éxtasis, la bruma se cierne sobre cuerpos que anhelan el roce de alguien conocido: una mirada complaciente. Al final, una sonrisa gélida que penetra en el esqueleto anquilosado.

Se palpa la muerte que describe Ragnar Jonasson. Frío y desolación en aquella dama que vagabunda yerra el camino, envuelta en un halo de misterio inextricable nos conduce hacia los fiordos insondables de un magnetismo inhumano. “¡Síganme! Juntos, sin perder ripio”.

Imaginar vida y bullicio, sospechar júbilo entre la población quizá sean términos extemporáneos y hasta exóticos. Localidades como Akureyri, que el islandés conoce como la palma de la mano, reavivan nuestra imaginación y resulta fácil convertirse en demiurgo de figuritas paralíticas que con dificultad intentan mover pies y manos. Infinita levedad del ser corpóreo.

La soledad se anuda a los nervios y atenaza músculos que anquilosados se obligan a ejercitar alguna acción. No acude la razón.

El grito apagado en la oquedad del precipicio y las huellas borradas por la nieve. Nuevos compases de algún motor desgastado y ruidos que rechinan sin posibilidad de asir. Se desvanece lo material y se contagio lo evanescente. Tocar y sentir.

Alguien, inquieto, se enreda en su lecho, la ventana de repente golpea contra la pared desnuda. Frío. Sigue la oscuridad que atrapa como una mordaza. Un grifo gotea como síncopas desafinadas. Ensordece el salmodiar de un espectro.

Terror, suspense. Premoniciones que no se concretan, vacíos espaciales y presencias que se presienten.

Se oye el sonido blanco y el de tu sonrisa; el color de la noche se expande y mientras, siguen argumentos, crímenes y personajes abyectos de afectos turbios. Ganas de volver y de olvidar. Ilusión por permanecer y descubrir. La vida se cierra y el aire se apaga.

Habitación a cal y canto: escenarios imposibles, escenas inimaginables. Me ahogo. Claustrofobia a flor de piel, latidos inarmónicos. “Que esto pase y que acabe ya”

¿Quién lo ha dicho? La cabeza me perturba. La marioneta que se balancea o mi cerebro que me despierta.

El móvil del peligro, el móvil que suena. Alarma. Es la hora. Vienen a buscarme. Me escondo. La figura sutil y casi desvelada se cierne sobre mi cuerpo y ocupo todo el cuarto que se encoge ante mi asfixia.

El mutismo vecinal impide desvelar el secreto de ese crimen, sin resolver. Lengua de trapo, lengua de tierra. Son las circunstancias y hay que sobrevivir.

Desenterrar la verdad al borde de un acantilado. Fantasmas, demonios y algún ángel aparecen para llevar en andas a quien se ofrece a terminar el trabajo inacabado.

Pocos testigos y casi ninguna pista. Funestos presagios en esa fatídica noche que pronto se romperá para abrir un horizonte singular. Golpes, cenizas que invaden Siglufjördum y que intimidan el reposo matutino de aquel despertar tras el túnel de una comunidad pesquera. No hay llaves ni candados en las puertas porque la nieve cubre las mentiras que todos ocultan porque las conocen.

Allá arriba donde sopla el viento…

Pronto descenderemos al Báltico. Su negrura me acoge, su inmensidad me protege.