Noemí Martínez Navarro
Universitat de València
Pocas semanas después de regresar del viaje a Francia que supuso el inicio de su dedicación a las artes, Edward Burne-Jones llevó a William Morris a una librería de Birmingham para mostrarle un fabuloso hallazgo que se convirtió en el tesoro más preciado de los jóvenes amigos: Le Morte Darthur de Thomas Malory en la edición de Southey de 1817.
Habían compartido durante sus años universitarios la pasión por el universo artúrico y habían soñado juntos aquellos mundos de caballeros y hadas, hermandad, cortesía, misticismo y pasión. Morris pasaba horas leyendo en voz alta a sus amigos La dama de Shalott (“The Lady of Shalott”, 1833 y 1842) de Alfred Tennyson cuyas representaciones de la joven prisionera en la torre y, sobre todo, su trágico final en el río de Camelot tanto inspirarían a los pintores prerrafaelistas. Sin embargo, ninguna obra cautivó tanto su imaginación ni sus anhelos como la de Malory, por lo que decidieron guardar con celo su hallazgo hasta que, tiempo después, escucharon a Dante Gabriel Rossetti afirmar que los mejores libros del mundo eran, precisamente, Le Morte Darthur y la Biblia. Las palabras de autoridad del admirado pintor y poeta, interesado especialmente en la mezcla entre deseo erótico, culpa y misticismo presente en el relato de Malory, subrayaron la legitimidad de su devoción.

La pasión de Morris por la Edad Media y el ciclo artúrico, unida a su temperamento excéntrico, explosivo y a menudo con tintes cómicos, hicieron las delicias de sus amigos. En los días en que acometían guiados por el maestro Rossetti la decoración de las paredes de la Oxford Union con escenas de Le Morte Darthur, los jóvenes entusiastas necesitaban modelos de bacinetes o lorigas para sus representaciones caballerescas, por lo que el fervoroso Morris resolvió hacer una armadura completa con su cota de malla. Orgulloso del resultado, no pudo resistir la tentación y acudió a cenar vistiendo su flamante creación causando la admiración de Burne-Jones y un revuelo jocoso entre sus compañeros.

Fue también durante aquellos felices días en Oxford cuando Jane Burden apareció en sus vidas. La joven de origen humilde, ensalzada por su melancólica belleza como verdadera “stunner” entre el círculo prerrafaelista, había posado como modelo anteriormente para Rossetti y ahora lo hacía como “La Bella Isolda” para Morris, que no tardó en proponerle matrimonio.

La lectura de Malory, que presentaba un estilo más directo y franco sobre la sexualidad que sus predecesores franceses, influyó asimismo en la obra poética de Morris de aquellos tiempos. La composición de La Defensa de Ginebra y otros poemas (The Defence of Guenevere and Other Poems, 1858), en la que desafiaba los convencionalismos sociales de su época, fue admirada por sus amigos, pero ampliamente denostada por una crítica victoriana acostumbrada a la elegancia edulcorada de Tennyson.

Considerada como un bastión frente a las vilezas de la sociedad industrial, Le Morte Darthur acompañó la obra creativa de Burne-Jones y Morris durante toda su vida. El primero apreciaba especialmente la religiosidad mística y la magia de la búsqueda del Grial, así como el relato de seducción y engaño de Merlín y Nimue, mientras el segundo manifestaba su predilección por la historia de Tristán e Isolda y veía en la obra de Malory los ideales de hermandad y justicia a los que era tan sensible.
En el ocaso de sus vidas los amigos vieron horrorizados la publicación de la obra ilustrada por Aubrey Beardsley. Habían planeado una edición para la Kelmscott Press con centenares de ilustraciones de Burne-Jones, pero no llegaron a tiempo.

Licenciada en Historia por la Universitat de València, en la actualidad está realizando la tesis doctoral sobre manuscritos góticos franceses. Ha vivido en Italia varios años donde ha cursado un máster de la Università di Bologna sobre patrimonio documental y artístico de época antigua y medieval. Además de su experiencia como docente en Educación Secundaria, ha colaborado con la Universidad de Córdoba en diferentes proyectos de la “Bibliotheca Erasmiana Hispanica” y ha impartido junto al profesor Carlos A. Cuéllar el curso de extensión universitaria “Del Manuscrito al Celuloide: El Ciclo Artúrico en las artes”. Su interés por las manifestaciones culturales, religiosas y artísticas de la Edad Media europea, así como por el siglo XIX británico, le han llevado a viajar en incontables ocasiones a tierras artúricas y a seguir las huellas de William Morris y Emily Brontë.